viernes, 10 de diciembre de 2010

El Caca de Roma relaciona ateísmo con nazismo.

Lo dice un tipo que perteneció a las Juventudes Hitlerianas; será cínico el encubridor de violadores de niños este; pero claro, según la versión oficial le obligaron, pobrecito. Le obligaron como obligaron a millones de alemanes a votar al NSDAP, tan sólo uno de las decenas de partidos violentos y antisemitas de la época (Kershaw); lo dice el máximo jerarca de una institución criminal integrada en regímenes católicos pronazis como el de Pavelic en Croacia y Tiso en Eslovaquia. Una institución que colaboró estrechamente con las dictaduras nazifascistas de Hitler, Mussolini, Franco, Salazar, Videla, Pinochet, Stroessner, etc. La Iglesia siempre se encontró cómoda con el nazifascismo porque tanto la violencia como el antisemitismo son características inherentes a la Iglesia, como prueba su criminal historia llena de fanatismo, intolerancia, persecuciones religiosas, torturas, guerras "santas", violaciones, autos de fe, asesinatos, etc. El papa pronazi y antisemita Pío XII contribuyó decisivamente en la consolidación del poder de Hitler como ha demostrado John Cornwell en su libro El papa de Hitler.

El antisemitismo no lo inventaron los nazis ni mucho menos (Hitler nació y se crió en una sociedad profundamente antisemita: Hitler y el nazismo son un producto del contexto histórico de su época en el cual la Iglesia jugó un papel determinante) sino que es la consecuencia natural del tradicional antijudaísmo cristiano: los distintivos amarillos en la ropa de los judíos los impuso el papa Inocencio III en 1215 en el Cuarto Concilio de Letrán; los guetos, las ceremonias antijudías, las falsas acusaciones de utilizar niños cristianos en crímenes rituales, la quema de sinagogas... Todo eso lo practicó la Iglesia siglos antes de existir el nazismo como parte de su multisecular antijudaísmo al considerar a los judíos un pueblo deicida basándose en la absurda colección de mitos y disparates que es la Biblia.

En el Nuevo Testamento ya comienzan las manifestaciones antijudías del cristianismo. Pablo (el auténtico fundador del cristianismo) escribió: "Caiga vuestra sangre sobre vuestras cabezas". Los declara malditos "hasta el fin del mundo", "inmundicia", etc. En los Hechos de los Apóstoles se les define como "traidores y asesinos"; en la Carta a los Hebreos como personas que han "lapidado, torturado, aserrado, matado a espada"; el Evangelio de Juan los presenta más de cincuenta veces como enemigos de Jesús, herejes, hijos de Satán; en el Apocalipsis aparece la expresión "sinagoga de Satanás".

Los llamados doctores de la Iglesia han proporcionado sobradas muestras de antisemitismo. Veamos lo que piensan algunas de las más conspicuas plumas de la Iglesia acerca de los judíos: San Efrén los considera canallas, serviles, dementes, servidores del demonio, criminales, apestosos, sanguinarios incorregibles, noventa y nueve veces peores que un no judío, nación enloquecida, etc.; Juan Crisóstomo en sus escritos señala el carácter asesino y homicida de los judíos, llenos de afán de matar, miserables, maestros de iniquidades, parricidas y matricidas, diabólicos, más crueles que las fieras, estafadores, ladrones, lujuriosos, etc. Para este doctor de la Iglesia los judíos "reúnen el coro de los libidinosos, las hordas de mujeres desvergonzadas, y todo ese teatro junto con sus espectadores lo llevan a la sinagoga. Así pues, no hay ninguna diferencia entre la sinagoga y el teatro. Pero la sinagoga es más que un teatro, es una casa de lenocinio, un cubil de bestias inmundas"; "animales que no tienen uso de razón", "bestias sólo útiles para el matadero". La justificación ideológica a la Solución Final nazi ya se encuentra desde hace siglos en los textos de los beatísimos doctores de la Iglesia.

La Iglesia creó y mantuvo durante siglos y hasta fecha tan reciente como finales de los años sesenta, un Índice de Libros Prohibidos, obras que no se podían editar, leer ni poseer bajo severas penas impuestas por el régimen de terror de la Iglesia (tortura, prisión perpetua, muerte en la hoguera, etc.). En ese Índice se encontraban obras cumbre de la historia de la filosofía, la literatura y la ciencia, que durante siglos fueron hurtadas por la Iglesia a la humanidad. En ese Índice la Iglesia jamás incluyó Mein Kampf de Hitler. Para la Iglesia el ideario nazi no era algo malo o dañino. No podía serlo, dado que la Iglesia llevaba practicándolo la friolera de diecisiete siglos.

La forma que encuentran los apologistas de responder a las acusaciones que se le hacen a la Iglesia es muy frecuentemente hacer referencia a los crímenes cometidos por otras instituciones de poder diferentes a la Iglesia. Independientemente del hecho de que es materialmente imposible igualar y ni siquiera acercarse a los crímenes cometidos por una institución que lleva diecisiete siglos actuando y que ha estado íntimamente vinculada al nazifascismo, el propio hecho de emplear ese argumento por parte de los apologistas es una autorefutación de la principal tesis de la Iglesia, esto es, que es una institución especialmente instaurada por Dios; que además de un poder temporal tiene un poder espiritual; que pretende estar en una situación de superioridad moral al poseer la verdad absoluta fundada en la supuesta palabra revelada de Dios que es la Biblia, etc. Como resulta evidente para cualquiera que no tenga su cerebro secuestrado por las supersticiones religiosas, nada de eso es cierto: la Iglesia es una institución de poder más, y como tal a lo largo de la historia ha hecho todo lo posible por mantener y ampliar su poder, empleando para ello los métodos más brutales. La diferencia entre los crímenes de la Iglesia y los de otras instituciones de poder es que la Iglesia es la única institución que niega y hasta justifica dichos crímenes, amparándose tras el concepto abstracto y fruto de la imaginación humana que es Dios.

Ya son un clásico estas declaraciones del tipo este, que siempre que puede no pierde la oportunidad de soltar la estupidez de turno vinculando ateísmo con nazismo; pero este grandísimo hipócrita, antiguo miembro de las Juventudes Hitlerianas, en unas recientes declaraciones ha demostrado el alcance de su desfachatez y cinismo al comparar la situación actual de España con la de la II República y ha exhortado a una reevangelización del país. Lo que no ha dicho el nazi este es cómo pretende que se acometa dicha reevangelización; si pretende que se haga mediante las armas como sus antecesores nazifascistas hicieron en 1936 y que es el único método que conoce la Iglesia para imponer sus absurdos, contradictorios e irracionales dogmas, mediante la violencia.