viernes, 9 de julio de 2010

La homosexualidad como pecado y delito.

Durante el franquismo, la Iglesia gozaba de un poder total, encontrándose infiltrada a todos los niveles: social, político, económico, etc. La Iglesia y el franquismo estaban indisolublemente unidos en la doctrina denominada nacionalcatolicismo. No se puede decir que el franquismo fue dañino y pernicioso para España sin aplicar los mismos calificativos a la Iglesia católica.

En esa época cosas como la homosexualidad o la blasfemia estuvieron tipificadas como delito en el código penal, pudiendo ser enviados a la cárcel aquellos que fuesen encontrados culpables de tales "delitos"; esto es lo que pasa cuando se le da a la Iglesia poder para legislar, sucediendo que comienzan a aplicar la única ley que conocen, la ley de Dios, convirtiendo el Estado en una teocracia; cuando se le da poder a los curas, éstos se desmadran y comienzan a legislar con la Biblia en la mano, aplicando todas las barrabasadas que en ésta se hayan recogidas.

La Iglesia no entiende absolutamente nada de derechos humanos o libertades individuales; de este modo aun hoy en día la Iglesia y su opulenta jerarquía siguen sosteniendo empecinadamente que la homosexualidad es un "pecado", promoviendo y alentando entre la población conductas, tales como la homofobia, que se consideran superadas en las sociedades actuales.

La tradicional estructura autocrática y autoritaria de la Iglesia, hace que históricamente se haya llevado muy bien con los regímenes dictatoriales, dado que se ve replicada en ellos; y así es como la Iglesia ha proporcionado apoyo moral y justificación ideológica a los más violentos regímenes fascistas y brutales dictaduras militares del siglo XX en todo el mundo.

Sin salirnos de España, la Iglesia y el franquismo eran una sóla y la misma cosa, como ha quedado dicho más arriba, teniendo la guerra civil española carácter de "cruzada" y siendo Franco considerado caudillo "por la gracia de Dios", como quedó acuñado en las monedas de la época. Para el papa Pío XII, la forma ideal de gobierno era la que se daba en España, y así felicitó personalmente a Franco por la "victoria católica" en España, llegando a otorgar a Franco en 1953 en una solemne ceremonia la más alta condecoración que concede el Vaticano: la Suprema Orden de Cristo.